Escrito por Andrés Aljure Saab para Semana.com el 08/11/2018
Una manera de mejorar las relaciones en un grupo e incluso de propiciar la productividad en las empresas es siendo más humanos con los demás. El coach en felicidad Andrés Aljure señala que la clave para serlo es escuchar bien y sentir el dolor del otro.
Un colaborador en el trabajo que nos manifiesta significativamente molesto que está insatisfecho con el comportamiento de uno de sus colegas; un amigo que nos cuenta que recientemente ha perdido a un ser querido; un familiar que nos dice que le han despedido del trabajo o un cliente que nos contacta para quejarse. En innumerables ocasiones nos enfrentamos a situaciones en las que no sabemos qué hacer y, más específicamente, no tenemos ni idea qué decir.
¿Cómo nos comportamos ante estos abordajes? ¿Son apropiadas las respuestas que damos a quienes nos buscan? ¿Esas respuestas que ofrecemos favorecen el bienestar de quienes, confiando en nosotros, nos comparten su pena o su malestar?
Hay diversas formas de comportarnos ante las manifestaciones de molestia o sufrimiento de otros:
- Optamos por interrumpir porque no queremos saber de temas tristes ni dificultades. Queremos saltar directo a la obtención de un resultado que esperamos de quien nos aborda.
- Tenemos comportamientos evasivos en los que es común no decir absolutamente nada, e incluso nos escaparnos físicamente o cambiamos de tema, a pesar de querer ayudar a quien la está pasando mal.
- También pretendemos, con buena intención, dar ánimo tratando siempre de resaltar el lado “positivo” de la situación que nos están compartiendo, cayendo así en el error de desestimar el sentimiento de quien está viviendo ese momento o circunstancia no deseada. Llegamos a decir cosas como “hombre, Andrés, qué suerte ha tenido por haber disfrutado de la compañía de su madre por tanto tiempo. Ella ya estaba muy malita y ahora ya pudo descansar”.
- Hay quienes con una amplia experiencia de vida, en la que hemos podido ya en una o más ocasiones enfrentarnos a esa situación que nos comparten, o a otras aún más intensas o dolorosas, optamos por responder diciéndole a la persona cosas como: “Cristina, eso no es nada. Hay cosas más graves en la vida para preocuparse. No le dé trascendencia a eso”. Otro ejemplo puede ser el de un padre que, pretendiendo ayudarle a su hijo quien llorando y casi desconsolado le cuenta que perdió el partido que jugó hoy en el colegio, le dice: “¡A ver Carlos! La vida tiene cosas más complicadas que perder un partido”
¿Son apropiadas esas respuestas que damos a quienes nos buscan? Ya sea en la empresa, en la familia, con nuestros colegas o amigos o en los grupos en los que tenemos oportunidad de participar, si nos comportamos como en alguna de las situaciones descritas, es muy probable que la estemos “embarrando”. Y con esta expresión coloquial de nuestra jerga colombiana me refiero a que comportándonos así destruimos la confianza como ingrediente imprescindible en el mantenimiento de relaciones positivas, matando de paso la lealtad y compromiso, y atenuando el desempeño de colaboradores y miembros de un equipo humano dentro o fuera de cualquier organización.
¿Y qué si no somos muy buenos cultivando relaciones positivas? ¡Simple! Cuando en esencia nos la pasamos interactuando con otros en toda faceta de nuestra vida, no cultivar relaciones positivas atenta directa y contundentemente contra nuestro desempeño, nuestro resultado y nuestro bienestar. De hecho, a la hora de relacionarnos pasa a ser irrelevante cuánto talento y efectividad demostremos como personas si no logramos, en primera instancia, suscitar confianza. Recuerdo muy bien a Néstor, un colega con el que alguna vez trabajé, que me decía: “hermano, si quiere que le vaya bien, ayúdele a los demás a que les vaya bien”. En otras palabras, y hablando de enfrentarnos a las situaciones de molestia y sufrimiento de con quienes nos relacionamos, en las que no sabemos qué hacer ni qué decir, se trata de ser compasivos.
Todos nos comportamos basados en diferentes motivaciones. Para defendernos de amenazas, movidos por la ambición u obtención de recursos, o por la necesidad de protección. Según una u otra alternativa, el cuerpo segrega diferentes sustancias u hormonas. En el caso de estar motivados por la protección, es decir, cuando operamos bajo la influencia de un circuito que los expertos denominan como el circuito de calma y cuidado, se generan las hormonas oxitocina y endorfina que se asocian con bienestar y con la formación de relaciones de confianza.
Los comportamientos compasivos bien entendidos, aquellos en los que se permite al otro expresar sus emociones negativas, en los que hay escucha activa, amabilidad y paciencia, generan bienestar a quien sufre y construyen relaciones de confianza que, a su vez, propician respuestas más creativas, promueven la capacidad de aprender del error, generan ambientes más productivos y manejos más efectivos de situaciones de crisis, entre muchos otros beneficios.
Algunos datos extraídos de la ponencia de Michael West, psicólogo y asesor del sector salud británico quién participó en el IV Congreso de Psicología Positiva (llamada también ciencia de la felicidad) realizado en España en octubre de 2018, corroboran lo anterior a través de la evidencia que se obtiene en organizaciones en las que hay líderes compasivos. En estas se obtienen incrementos del 67 por ciento en el nivel de compromiso de sus colaboradores, con mejoras de atención al cliente o paciente, y con 50 por ciento de empleados que entienden mejor las necesidades del cliente. Un dato altamente llamativo para mí fue el que dio West a partir de un estudio realizado en el sector salud en el que se evidenció que el hecho de lograr tan sólo 10 minutos de intercambio diario de confianza entre los miembros de un mismo equipo, genera aumento de la productividad en 25 por ciento lo cual se tradujo en la disminución de 5.000 muertes al año.
¿Qué comportamientos puede tener una persona o líder compasivo, ante manifestaciones de molestia o sufrimiento, para favorecer el bienestar o la felicidad, la confianza y las relaciones positivas en cualquier entorno de la vida y propiciar a su vez los beneficios que esto conlleva?
Sin pretender ofrecerlos como una fórmula matemática, los siguientes comportamientos pueden darnos una respuesta satisfactoria a esta pregunta:
- Al ser abordado por alguien, dispóngase a escuchar con atención. Mire a los ojos, enfoque su cuerpo y su mente para atender. Si en ese momento le apremia resolver otro asunto, como es normal en la cotidianidad contemporánea, solicite a quien le busca que hablen en un momento cercano en el que usted esté en capacidad de atender. Por ejemplo: “En este momento me coge a punto de entregar un informe. Está bien si hablamos en media hora. Le busco, ¿le parece bien?” También puede decir: “Oye, preciso ahora estoy atendiendo una llamada. ¿Te parece si nos vemos a las dos y hablamos con calma?”.
- Al escuchar, manifieste que nota el sentir de la otra persona. Frases como “Te noto preocupada” o “Veo que estás molesto” demuestran su capacidad empática, que no es otra cosa que la capacidad de mostrar al otro que usted entiende su sentir o que quiere entenderlo.
- Actúe con simpatía. A diferencia de ser empático, y como complemento, la simpatía se da cuando podemos expresar al otro que sufrimos con su problema. “Sin duda lo que me cuenta es molesto” “Me entristece que esto esté pasando” “Te acompaño en tu dolor”.
- Actúe y ayude. A veces, cuando no sepa bien cómo puede hacerlo, lo básico y útil es hacer una simple pregunta: “¿En qué o cómo puedo ayudarte?” y, según sea el caso, actúe en consecuencia. También puede creer que ayudar es siempre “hacer algo”. Tenga en cuenta que con el sólo hecho de escuchar con atención y ponerse a disposición en lo que esté a su alcance, ya es hacer algo, y algo muy poderoso. Permitir a las personas que expresen sus emociones negativas, ya es un hecho que por sí solo disminuye la intensidad de la emoción y, de esta manera, ya está ayudando mucho.
Fuente original: Compasión: el arte de ponerse en los zapatos del otro