En mi decisión de ser un hombre feliz, es inevitable sentir hoy dolor y enorme tristeza por la partida de mi hermano mayor, William, luego de que viviera con decisión y fortaleza el proceso que durante seis meses desencadenó su cáncer. Sin negar este sentir, y por el contrario, dejándolo fluir, tengo en mi mente y en mi corazón clara la enseñanza que de Viktor Frankl adquirí al ver una de sus entrevistas: “la desesperanza surge del sufrimiento sin propósito.”
A través de este post quiero compartir algunas experiencias vividas y aprendidas que le dan sentido y propósito al padecimiento y a la partida de mi hermano y al consecuente sufrimiento que esto ha generado a familiares y allegados. Hacerlo, más allá de permitirme expresar mi sentir con el correspondiente efecto terapéutico que esto conlleva, me da fundamentalmente la oportunidad de honrar a mi hermano y, a la vez, de esbozar una perspectiva esperanzadora de su muerte, motivado por la ilusión de que tanto usted como yo podamos aplicarla en momentos difíciles de nuestras vidas.
El perder a su hijo mayor de 25 años, Michel, cinco años y medio atrás de su muerte, fue un suceso demoledor para mi hermano. Muchos fueron los momentos de tristeza que en su vida se evidenciaban año tras año. El día en que el cáncer de William fue detectado al realizarse un TAC cerebral, alertados por una convulsión sin control en su pierna derecha, la visión de la vida cambió repentinamente para él y para su familia. Fue así como la noche anterior a la cirugía de cerebro que se programó para ser realizada tres días después del examen, tuvimos oportunidad de charlar de temas profundos. Allí, entre otras cosas, me comentó que temía por las posibles consecuencias de su operación manifestando su sentir de que el tiempo se le había agotado, y ante la incertidumbre que la operación generaba, me encargó a su familia.
Vivir esta situación me permitía corroborar, sin ser mi objetivo, lo que una encuesta publicada por una importante revista en Colombia mostró en 2014 ante la pregunta “Qué haría usted si supiera la fecha de su muerte” La respuesta más votada, por un 40% de los encuestados, fue: “aseguraría el futuro de mi familia”
La situación hizo que me preguntara cómo podía ayudar y cómo podía como hermano dar un manejo apropiado a las complejas circunstancias asociadas a la enfermedad. El dolor y las interpretaciones que de este se hacen, la incertidumbre, el miedo, la inexperiencia, el desconocimiento y la trascendencia, entre otros aspectos característicos del proceso, me llevaron a buscar ayuda. En esta búsqueda aprendí, gracias al apoyo de la Liga Colombiana contra el Cáncer, de Rosario, mi psicóloga, y de la propia vivencia de la situación, que para William, como para cualquier enfermo en sus circunstancias, es importante poder hablar de la muerte, sus preocupaciones y sus sentires.
Con la familia teníamos conocimiento de que la enfermedad de mi hermano generaba un deterioro progresivo de su capacidad física, de su capacidad comunicativa e, incluso, también podría haberlo generado a nivel mental, aunque no sucedió. Conversar y poner el tema “sobre la mesa” a tiempo, con amor y delicadeza, nos ofreció la oportunidad de desahogo y tranquilidad. Generó un efecto liberador tanto para William como para la familia al no dejar temas pendientes.
En estas conversaciones surgieron temas que aunque difíciles de abordar, eran imprescindibles. La negación a tratarlos oportunamente nos generaría, con seguridad, frustraciones y arrepentimientos ante la duda que se sembraría frente a la toma de decisiones importantes y significativas que no se consultaran y que se avecinaban. Dando por sentada la necesidad de considerar aspectos legales y económicos, fue importante para nosotros tratar temas y decisiones importantes como: ¿Qué siente y cómo interpreta su enfermedad y su dolor? ¿Qué querría mi hermano ante una situación de inconsciencia prolongada? ¿Cómo querría que fueran sus honras fúnebres? ¿Qué quiere decirnos y qué deseos tiene?
Por otra parte, ante la tristeza generada por el dolor y la impotencia, aprendí también que lo mejor que podía hacer por mi hermano, su esposa, sus hijos y la familia, era estar ahí. Acompañar y escuchar son dos cosas invaluables que todos podemos hacer ante las situaciones difíciles, ante la enfermedad y ante la muerte.
En momentos en los que a raíz de su enfermedad fue internado en el hospital, y estando limitado por su condición y por las quimioterapias, le pregunté qué quería. Una vez me dijo algo que me sorprendía por su elocuente simplicidad y significado: “quisiera estar en la paz de mi casa, viendo Bonanza (uno de sus programas favoritos) y quisiera comerme un poquito de atún con arroz y tomate picado” Allí el me hacía consciente, una vez más, del valor de lo que tenemos y de lo simple en la vida.
Aprendí también que la forma más fácil y tal vez menos representativa de ayudar es dando dinero. Siempre es bienvenido el apoyo económico ante la adversidad pero, sin lugar a dudas para mí, no es comparable con el hecho de estar con el enfermo, de decidirse a darle amor, a tener paciencia para comprender sus caprichos y su dolor, a tener la fuerza para trasnochar y lidiar de la mano con la enfermedad.
Durante su enfermedad, con 63 años de edad, pensé en varias ocasiones en cual había su legado y en si no era muy “temprano” para partir. Fruto de hablar con él, y entendiendo que está claro que todos partiremos y que algunos lo hacen primero que otros en la efímera cronología de la vida, comprendí que el legado de mi hermano ya había sido entregado. Sus hijos, su nieto, sus enseñanzas, su dignidad y las transformaciones que ha generado en nosotros con su enfermedad y su partida, son un legado enorme para quienes compartimos con él y para quienes habrán de ver en nuestros comportamientos el testimonio de lo que él nos enseñó.
Estarán presentes siempre en mi mente su mirada, con sus ojos claros color miel, que me dirigía fijamente como resultado de la seguridad con que afirmaba su verdad. Su inteligencia y sabiduría disimuladas por su timidez. Su pasión por los recuerdos de la familia y por narrar historias de los años 60´s y 70´s, creando un puente entre el hoy y el ayer cuando yo ni siquiera había nacido. Sus dichos sabios y su rostro transformado alegremente por la música de Buitraguito, las rancheras y la comida casera.
A mi familia, amigos y allegados, mi enorme agradecimiento por sus expresiones de apoyo, por su compañía y por hacernos saber que no es necesario estar juntos permanentemente para saber que están ahí y que contamos con ustedes.
Hoy en día, luego de su partida, sé que mi hermano, a pesar de su padecimiento, fue muy afortunado. Siempre estuvo rodeado de su familia y allegados día y noche. Siempre supo de viva voz y a través de hechos cotidianos lo mucho que fue querido y valorado.