Afirmar que el 99% de los colombianos somos gente pacífica y, tan sólo, un 1% de nosotros es gente violenta, se constituye, entre otros aspectos, en un error de cálculo.
Aunque en ocasiones lamentamos tener que vivirla, y en otras juzgamos a quienes la generan, de cierta manera hemos aprendido a vivir con la violencia, hasta tal punto que se hace normal y tolerable padecerla e inconscientemente ejercerla.
¡Afirmar que sólo una minoría de los colombianos es violenta es un error! ¿Por qué? Porque no sólo con la fuerza física o con las armas ésta puede ser ejercida, y, en Colombia, seamos conscientes o no, nos guste o no, es común evidenciar prácticas de otros tipos de violencia por parte de nosotros, los colombianos, y de nuestras instituciones u organizaciones.
Llega a ser tal la inconsciencia de nuestra cultura impregnada de comportamientos violentos, que cuando somos referenciados o catalogados por entidades internacionales, o sociedades avanzadas, como un país violento, nos llegamos hasta a escandalizar, pensado que son exageraciones porque nos creemos, y juramos, que en Colombia “sólo el 1% de los habitantes” son los violentos. ¡Vaya mito!
No solo los indicadores de criminalidad violenta como homicidios, atracos, lesiones personales, secuestros, atentados, entre otros similares, ejercidos por vándalos o delincuentes, definen si un país es violento. También las instituciones y organizaciones, así como el ciudadano común, como usted o como yo, sin ser o querer ser delincuentes, al menos en buena parte de los casos, contribuimos cotidianamente a la caracterización de una cultura violenta. ¡Óigase bien! ¡Cotidianamente! A través de diversos comportamientos aceptados como normales y hasta titulados como picarescos.
¿Usted que está leyendo cree que exagero? ¿Se le ocurren en este momento ejemplos? Comparto sólo algunos, basados en experiencias propias a las que se sumarían, sin duda alguna, muchísimas otras.
En relación con organizaciones e instituciones, y tomando tan solo algunos de los tipos de violencia, comparto algunos ejemplos:
• Violencia económica, que daña la capacidad de las personas de usar el dinero que ganan o del que disponen. Empresas que pagan a sus proveedores a 90 o más días cuando ellas recaudan sus dineros en efectivo. Empresas que, dada la cancelación de un evento masivo y ante la solicitud de devolución del dinero de boletas pagadas, responden que en el transcurso del “siguiente año” lo reembolsarán. También la existencia de incrementos de precios superiores al 20% de productos nacionales, no importados, o incrementos de tasas de impuesto predial cercanos al 10%, cuando, en ambos casos, los índices de inflación no superan los 2 puntos porcentuales. O el caso de empresas financieras que reiteran cobros equivocados que, si no se está pendiente de revisar extractos mes a mes, pasan desapercibidos, y que, además, para hacer los reembolsos se toman semanas para resarcir su error.
• Violencia por manipulación, materializada por anuncios de publicidad engañosa, o por supermercados que, sistemáticamente, no casualmente, cometen errores en los cobros de puntos de pago que solo se detectan si el cliente se da a la dispendiosa tarea de revisar la tirilla de la factura. También se evidencian a través de empresas que promulgan su liderazgo en rankings de reputación, mientras que, en simultánea, están siendo multadas por prácticas comerciales que violan la ley, cuyo monto es comparativamente tan bajo frente al beneficio obtenido por la violación, que lo hacen sistemáticamente.
• Violencia por negligencia caracterizada por la omisión o por obstaculización para realizar acciones a las que se está obligado para cumplir con una responsabilidad o garantizar bienestar mínimo. Por ejemplo, empresas que definen trámites, a manera de talanqueras, para desestimular reclamos justificados. Otros ejemplos de este tipo, son los dispendiosos y demorados trámites, con duraciones de años, para cerrar una empresa, cuando para crearla es casi que expedito, o para llevar un denuncio a su culminación, haciendo que sea mejor tragarse la injusticia que denunciarla. También la negligencia, como forma de violencia, la ejemplifican jueces, de un sistema judicial de baja efectividad en muchos casos, que, ante citación de testigos, generada unilateralmente por ellos, la cancelan el mismo día de la audiencia porque argumentan estar ocupados, negando así la rendición de testimonios por parte de testigos que, con gran esfuerzo, viajaron desde el exterior sólo para dar ese testimonio.
• Violencia física a través del abuso de espacio público en andenes, entre otros sitios, de bicicletas y motos de repartidores de empresas que atentan contra la integridad del peatón, y que, en simposios o eventos empresariales, son elogiadas por sus modelos de negocio rentables, obviando su impacto en el detrimento del civismo, y eso, sin mencionar, el inapropiado manejo en los esquemas de remuneración de sus colaboradores.
• Violencia en la comunicación o en las formas de expresión, evidenciadas comúnmente a través de manifestaciones ofensivas en redes sociales o espacios públicos, sin mencionar los intrafamiliares. Caracterizadas también por medios masivos y periodistas cuyas entrevistas, ejercidas en tonos, palabras y comportamientos acusatorios y agresivos, magnifican un patrón de comunicación que se constituye en ejemplo, violento, de cómo plantear diferencias o reclamaciones. Programas o espacios de televisión celebrados por muchos, que, así como ensalzan desmedidamente a unos, de igual forma denigran de otros sin que medie ninguna intención de aporte.
En relación con nosotros, muchos de los ciudadanos en Colombia (más del mítico 1%), comparto sólo algunos simples comportamientos que asumimos o toleramos como normales, con alta inconsciencia de la violencia que representan.
• Nos colamos en filas de todo tipo, con algunas excepciones, como las filas de migración, frenados tal vez, no por razones culturales, sino porque las consecuencias de hacerlo pueden ser expeditas y serias.
• Somos impuntuales en citas, en acuerdos y en cumplimiento de responsabilidades.
• No respondemos llamadas o no damos respuesta a peticiones o solicitudes.
• Cancelamos a destiempo o no asistimos a reuniones acordadas, de cualquier tipo, sin ningún tipo de aviso previo o posterior a la cita
• Incumplimos promesas. “Te debo una invitación al almorzar” “Te llamo y te cuento el resultado”.
• Obviamos las necesidades de los demás en la búsqueda de satisfacción de las propias. Simples ejemplos: escuchar videos de alto volumen en lugares públicos violentando la tranquilidad de otros. Ascensores bloqueados por minutos esperando a que mi pariente salga del apartamento. Carritos de mercados de edificios que no se dejan de nuevo en su lugar después de usarlos. Defensa irracional, a ultranza, de comportamientos incívicos de sus hijos, por parte de sus padres, por el sencillo hecho de que son sus hijos.
• Parqueamos o nos detenemos en lugares prohibidos obstaculizando el flujo vehicular y lo que ello implica. Esto incluye la “simple parada” a comprar pan, dejando el vehículo en la avenida. Atentamos contra otros a través de nuestros estilos de conducción de bicicletas, motos, automóviles, buses…
• Usurpamos las creaciones de otros, sin ningún reconocimiento o referencia a su autor. Aquí no hablemos sólo de compositores cuyos derechos no son reconocidos económicamente, por mencionar un ejemplo clásico cuyos casos abundan, sino de oferentes de servicios, empleados, conferencistas, comerciantes, que copiamos modelos de otros y, como si nada, los presentamos en nuestro nombre y hasta nos lucramos de ello.
• Generamos discriminación y aislamiento sutiles por diferencias económicas, sociales, religiosas, de género, entre otras posibles. Son tan fuertes en varias sociedades y ciudades de Colombia, como la siguiente analogía: ¿Ante un grupo de invitados en su casa, con diferentes niveles educativos, o económicos, sólo por mencionar algunos, los agruparía con esos mismos criterios, ubicándoles a unos en el comedor principal con un tipo de onces A, y a otros en un rincón de su cocina con un tipo de onces diferentes B? ¿Le suena inapropiado o le parece normal?
• Suponemos y juzgamos, atacando a terceros, cercanos o no, replicando simplemente lo que nos dicen las fuentes sesgadas que consumimos, diseminando indiscriminadamente mensajes negativos y denigrantes, sin que medie ningún tipo de análisis ni contraste por nuestra parte.
• Invalidamos las percepciones y sentimientos de otros basándonos en inamovibles posiciones radicales, partiendo de que la única verdad que existe es la que hasta ese momento nuestra experiencia y nuestro cerebro nos han dado la posibilidad de entender. O, defendemos dichas posiciones radicales, a partir de una fe dogmática otorgada a líderes que no demuestran, con el ejemplo, la más mínima capacidad de entablar diálogos que lleven a soluciones para todos.
Si usted sigue creyendo que sólo el 1% de los colombianos son violentos, piénselo bien y, por supuesto, si tiene otros puntos de vista, bienvenidos son sus argumentos para poder entenderlos y, a partir de ahí, llegar a considerarlos.
Lo cierto es que como miembros de las sociedades en las que estemos, y dentro de nuestros respectivos círculos de influencia, como individuos y como organizaciones, estamos llamados a sumar a la solución de los problemas que debamos enfrentar y que, con seguridad, además de otro tipo de acciones e iniciativas, según fuese el caso, requieren de la disminución de comportamientos violentos como los que, como ejemplo, he querido compartir en este artículo.
Cuando nuestros argumentos y comportamientos se basan en la violencia, incluso ante la vulneración de nuestros derechos, llevamos a los otros a focalizarse en su defensa y no en la búsqueda y construcción de soluciones.